Terra N.3 PERSONAJES: Darío Barrero Lozano
Por: Henry Villegas-Vega
ETERNAMENTE ENAMORADO DE LA GEOLOGÍA
En noviembre de 1955 se fundó la carrera de geología en la Universidad Nacional de Colombia Sede Bogotá. El proyecto para su creación fue elaborado por miembros del Instituto Colombiano de Petróleos, entre quienes sobresalían Luis Guillermo Durán y el sacerdote jesuita Jesús Emilio Ramírez. Durán había cursado estudios de ingeniería civil por correspondencia, y fungía como topógrafo y geólogo autodidacta; el padre Ramírez obtuvo el grado de doctor en Geología y Geofísica en los Estados Unidos. La carrera inicialmente se denominó “Especialidad en Geología y Geofísica” e inició clases en 1956.
La primera escuela de Geología de Colombia se creó para atender la demanda local de profesionales en ciencias de la tierra, que por entonces generaba un sector de los hidrocarburos muy próspero, que sólo empleaba geólogos extranjeros. Los primeros estudiantes provenían, en su mayoría, de las facultades de Química e Ingeniería de la Universidad Nacional; homologaron materias y se matricularon en el segundo año de una profesión, que les habilitaría para trabajar en la industria petrolera.
El Dr. Darío Barrero Lozano recuerda sus inicios como geólogo, a mediados de los años 60 del siglo pasado. IX Semana Técnica de Geología de Ingeniería Geológica, agosto de 2010.
“Si yo naciera de nuevo volvería a ser geólogo, tratando de mejorar lo que he hecho. Durante el ejercicio de la profesión no he encontrado nada malo, la geología me ha llenado completamente.”
XII Congreso Colombiano de Geología, septiembre 2009 –
Darío Barrero Lozano
La especialidad en Geología y Geofísica
Darío Barrero Lozano nació en Girardot (Cundinamarca), en el seno de una familia de clase media; su padre fue superintendente de la Compañía Colombiana de Electricidad. Inició el bachillerato en el Colegio Santander; a sus trece años se trasladó a Bogotá, donde continuó sus estudios en el Colegio de Nuestra Señora Mayor del Rosario y posteriormente en el Nicolás Esguerra, donde se graduó de bachiller. «Siempre me llamó la atención estudiar algo relacionado con el planeta, pero más en la parte de sus orígenes. Como no había Geología en Bogotá, entré a estudiar Ingeniería de Petróleos en la Universidad de los Andes. A mitad de año, tuve conocimiento de la creación de la carrera en la Universidad Nacional. El examen de admisión se hizo en la Facultad de Ingeniería, lo pasé y a comienzos de 1958 inicié mis estudios.»
La universidad era relativamente pequeña, pero funcionaba en la misma área del campus que ocupa en la actualidad. «Las actividades de esa época eran básicamente tres. Primero: estudiar. Segundo: los deportes con énfasis en fútbol y atletismo; el Estadio Alfonso López estaba bien cuidado, allí se jugaban los campeonatos inter-facultades, que eran muy importantes. Y tercero: las manifestaciones anti-gobiernistas y anti-establecimiento, que comenzaron a finales de los años 50 del siglo pasado; la Calle 26 fue un área donde, en esa época, hubo tragedias; desde entonces allí hay problemas.»
La Escuela de Geología funcionó en varias sedes. Darío Barrero recuerda con especial afecto el edificio donde ahora queda la Facultad de Biología, más cerca de la Calle 53 que de la Calle 45, porque allí estudió la mayor parte de la carrera. «Había solamente seis profesores colombianos: Luis Guillermo Durán, el Padre Carlos Acosta, Jesús A. Bueno, Jaime Toro, Nicolás Beltrán y Francisco Cano; los tres últimos enseñaban Geofísica y provenían de la industria petrolera. La mayoría de los docentes eran extranjeros. Luigi Radelli, de Italia, nos enseñó Petrografía de rocas ígneas; el libro guía que usamos para la materia estaba escrito en francés. Piero F. Pagnacco, también de Italia, daba clase de Mineralogía con un texto escrito en italiano. En esa época no se estudiaba inglés; el francés era el idioma que predominaba.»
Los profesores
El docente que más lo influenció fue el geólogo catalán Manuel Julivert; por eso su área de estudio ha sido la Geología Estructural y la Tectónica. «Yo salí mucho a campo, a la Cordillera Oriental, con él y con su esposa, la Señora Isabel Zamarreño de Julivert. Ella era experta en rocas sedimentarias y nos dictaba Sedimentación.» Recuerda con afecto a otros profesores como el español Jaime de Porta, que dictaba Paleontología; Luis Guillermo Durán, que le enseñó Topografía y Cartografía; el geólogo austríaco Hans Bürgl, titular de la asignatura de Micropaleontología; Jesús A. Bueno, que dictaba Yacimientos Minerales; y Nicolás Beltrán, entonces Gerente de Exploración de INTERCOL, que enseñaba Registros Eléctricos.
«Los profesores me apreciaban muchísimo. Nuestros docentes, que en su mayoría eran europeos, siempre asumieron la Geología como una ciencia, como algo que no necesariamente produce retribución monetaria. Al menos en esa época se pensaba así; la ganancia era más espiritual e intelectual, y eso generaba mística. Uno no estaba preocupado por los empleos; ninguno de los que nos graduamos, en esas primeras promociones de geólogos, nos preocupamos nunca por conseguir puesto. A pesar de que entonces, la carrera era tan desconocida, rodamos con suerte porque nos llamaron. Había mucha oportunidad, la Geología no era tan competitiva como ahora.»
El pénsum era muy pesado, los periodos académicos duraban un año y no seis meses, como en la actualidad. «Tomábamos de diez a doce materias: Micropaleontología, Paleontología, Sedimentación y una muy importante, Geomorfología. Las excursiones eran frecuentes, se hizo mucho campo.» En la Universidad Nacional nació su amor por la carrera y la profesión; un sentimiento con el que, hasta el día de hoy, sigue contagiando a quienes le rodean. Pero las circunstancias no fueron óptimas. «Los estudiantes éramos nómadas; vagábamos por la universidad, de facultad en facultad; arrimados en todas partes. Primero en Ingeniería, luego en Biología, después en Veterinaria. La Escuela de Geología carecía de infraestructura; daba la impresión de no pertenecerle a nada o a nadie, no tenía sede propia. Escaseaban los implementos, contábamos solamente con dos o tres microscopios petrográficos, muchas actividades se realizaban en el edificio de Química.»
Los condiscípulos
«Tomamos clases de Matemáticas con estudiantes de Ingeniería, asignaturas de Química con estudiantes de esa carrera. Era una mezcla muy difícil. Para empeorar las cosas, la Geología era totalmente desconocida; en el país no había concepto científico. Hubo muchas anécdotas risibles con respecto a eso. En las fiestas, por ejemplo, nos preguntaban qué estudiábamos y a veces las muchachas se retiraban cuando les contestábamos. Entendían “Teología” en vez de Geología; entonces teníamos la situación de siempre estar explicando de qué se trataba, y en las casas se preocupaban por las salidas de campo. Como nos daba miedo hablar científicamente, terminábamos diciendo que estudiábamos minerales y petróleo.»
En la universidad empezaron a conocerlos, cuando quedaron subcampeones de fútbol en el campeonato inter-facultades. «La única manera de interesar a la gente en la Geología era hablarles de petróleo; eso sí les fascinaba. ¡Increíble! No se preocupaban por la actividad volcánica, ni por los cambios climáticos.» Los inconvenientes se superaron con mucho entusiasmo. Se aprovechaba cualquier paro universitario para salir de excursión con algunos profesores. «Recuerdo y agradezco inmensamente, que el Decano de Geología de esa época, Alfonso López Reina, me llevaba en su carro hasta Payandé para que hiciera la cartografía.»
Hacían mapas geológicos y columnas estratigráficas; se tomaban muestras para análisis petrográficos, paleontológicos y mineralógicos. «Entre mis condiscípulos, los más importantes fueron Efraín Lozano y Jaime Navas, que estuvo de Vicepresidente de Exploración en HOCOL; Alfonso Arias, que hizo su carrera profesional en INGEOMINAS (hoy Servicio Geológico Colombiano); Jaime Rizo, un gran amigo, que me ayudó mucho cuando estudié en los Estados Unidos; Luis Ernesto Ardila, que trabajó en Indonesia y Norteamérica, y ha sido asesor de ECOPETROL; Carlos Cáceres (q.e.p.d.) de GEOTEC y Noel Téllez, quien fue docente de la Universidad Industrial de Santander (UIS). Realmente mi grupo eran Ardila, Téllez, Navas y Cáceres; casi siempre estudiábamos juntos. Todos ellos han sido excelentes geólogos.»
El Boletín de Geología de la UIS
La Geología de Colombia era prácticamente desconocida; había muy poca información disponible. El profesor Julivert daba clase utilizando mapas geológicos de España. La referencia obligatoria sobre cartografía geológica eran las planchas elaboradas por el geólogo alemán Jakob Emil Grosse, en Antioquia, a escala 1:50.000 y publicadas en 1926 como: Estudio geológico del Terciario Carbonífero de Antioquia en la parte occidental de la Cordillera Central de Colombia, entre el río Arma y Sacaojal, ejecutado en los años de 1920-1923.
«Hubo cierta financiación en cuanto a publicaciones y dinero para profesores. La primera universidad que inició el proceso fue la UIS.» En 1958 se imprimió el primer número del Boletín de Geología de la Universidad Industrial de Santander. Su coordinación estuvo a cargo de los docentes catalanes Jaime de Porta y Manuel Julivert. En 1956 el alma mater había tomado la iniciativa de contratar geólogos para dictar las materias de Geología en la Facultad de Ingeniería de Petróleos. Julivert llegó a Bucaramanga en enero de 1957 y de Porta en marzo de 1958; posteriormente, en 1959, fueron incorporados al Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá, para que fueran profesores de la naciente Escuela de Geología. A pesar de trasladarse a la capital, los científicos españoles se comprometieron a seguir publicando el Boletín, hasta que se consolidaran los estudios de Geología en la Universidad Industrial de Santander.
Julivert, además de Geología Estructural y Tectónica, les enseñó a sus estudiantes de Bogotá a elaborar mapas geológicos. «Hacíamos planchas a escala 1:25.000. No había ninguna remuneración. Nos daban $20 diarios para sobrevivir en el campo. No contábamos con un vehículo para transportarnos, llegábamos en bus a las áreas de estudio. A veces, algunos estudiantes de cursos inferiores nos acompañaban como auxiliares de Geología». Cuando estaba finalizando la carrera, con el profesor Manuel Julivert y su condiscípulo Jaime Navas, realizó la cartografía geológica de la región de La Mesa de los Santos, a escala 1:50.000 (1). Este trabajo, al igual que el de Noel Téllez en la Mesa de Barichara (2), a la misma escala, fueron publicados en el Boletín de Geología de la UIS. Los mapas geológicos que acompañan los textos marcan el reinicio de la producción sistemática de cartografía geológica básica para el país. El proceso lo había comenzado el geólogo alemán Emil Grosse en 1926.
Posteriormente, en 1968, participó en otro proyecto titánico de su maestro catalán: el Fascículo 4 a del volumen 5 del Léxico Estratigráfico Internacional. La obra, publicada por el Centro Nacional de Investigaciones Científicas de Francia, y financiada por la Unión Internacional de Ciencias Geológicas (IUGS), se concentró en el Precámbrico, el Paleozoico, el Mesozoico y las intrusiones de edad mesozoica-terciaria de Colombia. Fue realizada por Manuel Julivert con la colaboración de Darío Barrero, Gerardo Botero Arango, Hermann Duque-Caro, Robert Hoffstetter, Jaime Navas G., Jaime de Porta, R. K. Robbins, B. Taborda Arango, Noel Tellez e Isabel Zamarreño de Julivert. Hasta el día de hoy, sigue siendo un texto clásico de la literatura geológica colombiana.
Se graduó Geólogo y Geofísico de la Universidad Nacional de Bogotá en 1962. El primer trabajo que tuvo fue como docente de su alma mater; le pagaban $1.250 al mes por dictar la asignatura de Geología Estructural en el claustro y en el campo. El primer curso formal de campo se hizo en 1963. Tuvo el privilegio de que la universidad lo designara para dirigirlo; se realizó en el Municipio de Nilo (Cundinamarca).
El Dr. Darío Barrero Lozano en el Museo Geológico Nacional José Royo y Gómez (agosto de 2010).
«Llegamos como a las 5:00 de la tarde. Yo tenía que orientar a los estudiantes para que armaran las carpas y protegieran bien sus útiles y enseres. Les advertí que hicieran unas zanjas alrededor; en la región, cuando llueve, los aguaceros son muy torrenciales. Ellos estaban contentos, era el primer día de campo; en el sitio había una quebrada muy bonita, realmente agradable. Se fueron a bañar y no me hicieron caso. A la 1:00 de la mañana cayó un diluvio tremendo; al día siguiente los mapas y la ropa de mis estudiantes flotaban dentro de las carpas. Casi me hacen huelga, querían devolverse a Bogotá. Yo sólo les dije: “quienes quieran hacer Geología y se sientan lo suficientemente fuertes, se quedan; los demás pueden irse.” Les toqué la fibra humana, todos se quedaron.»
En 1963 se forjó El Inventario Minero Nacional, un convenio de cooperación entre el Gobierno Colombiano y la Agencia para el Desarrollo Internacional (A. I. D. – Agency for International Development) de los Estados Unidos, con asesoría técnica del Servicio Geológico de ese mismo país (U. S. Geological Survey). Las actividades del inventario comprendieron: el planeamiento, la ejecución, evaluación y divulgación de las investigaciones sistemáticas de los recursos naturales no renovables, distintos de petróleo, carbón y oro, en diferentes zonas de Colombia.
El Inventario Minero Nacional
«En 1964 el Doctor Andrés Jimeno, que posteriormente fue Director General de INGEOMINAS (hoy Servicio Geológico Colombiano), me convenció de que dejara la universidad porque aún no tenía experiencia y debía ejercer la profesión. Primero lograr trayectoria como geólogo, para luego volver al alma mater. Me dijo que el Inventario Minero era una buena oportunidad. Había recursos económicos suficientes para realizar el proyecto, el término de ejecución era de dos años y medio, y existía la posibilidad de optar a una beca para educación avanzada en los Estados Unidos.»
En junio de ese mismo año se iniciaron los trabajos de campo en la Sierra Nevada de Santa Marta. «Había dos grupos: uno era comandado por el geólogo senior Jaime Cruz, con seis colegas; y el otro lo lideraba yo, con igual número de geólogos. Lo más importante de esto es que había un tiempo muy corto para hacer la cartografía de La Sierra; eso impuso una disciplina férrea. Eran veinte días de campo, ocho días en un campamento de Valledupar pasando la información, revisando las muestras en forma muy ordenada, y haciendo los mapas a escala 1:25.000. Luego tomábamos ocho días de descanso y volvíamos; así se pasó todo el tiempo. La situación, sobra decirlo, era difícil. Se trabajaba con mulas, con arrieros que llegaban hasta cierta altura; de allí en adelante continuábamos con ayuda de indígenas. Recuerdo dos excelentes geólogos que me ayudaron en esa odisea: Rubén Llinás y Jairo Vesga.»
El Inventario Minero Nacional empleó estudiantes y egresados de la Facultad de Minas de Medellín, y de la carrera de Geología fundada en la Universidad Nacional de Bogotá en 1955. Entrenó muchos profesionales colombianos en cartografía geológica y prospección de recursos minerales, estimulando una nueva generación de geólogos que continuarían su carrera profesional en el futuro INGEOMINAS (hoy Servicio Geológico Colombiano), que se creó en 1968.
Indiana University
«En realidad, yo nunca pensé en estudiar en los Estados Unidos; la idea inicial era ir a España. Manuel Julivert quería que yo fuera a formarme, con uno de los profesores que él había tenido en Geología Estructural. Pero en El Inventario había por lo menos seis becas para capacitación en Norteamérica. Esa fue la razón por la que fui a parar allá, afortunadamente. Viajé con cuatro colegas, a mediados de los años 60 del siglo pasado. Nuestro idioma era tan deficiente, que la Agencia para el Desarrollo Internacional (A.I.D.) puso una profesora norteamericana, para que nos diera clases de ocho horas diarias, durante tres meses, antes de viajar. Luego tomamos un curso de inglés en Washington D.C., en la Universidad de Georgetown.»
Durante la carrera de Geología jamás leyó nada en inglés; los textos guía de algunas materias estaban escritos en francés y en italiano. «El choque cultural en los Estados Unidos fue tremendo. Yo nací y crecí en Girardot, a mis trece años me trasladé a la capital. Bogotá era una ciudad pequeña, llegaba hasta la Calle 72 porque después había un lago; por eso, esa zona en la actualidad se denomina así: El Lago. En 1965 llegué a un país desconocido donde estaba de moda la brillantina, el twist, el rock and roll y la liberación femenina. Drogas como la marihuana y el LSD aparecieron en las universidades. Había demasiado desarrollo de la libre personalidad.
» El pénsum que nosotros vimos, y que se mantuvo durante varios años en la Facultad de Geología de Bogotá, era como hacer un Master of Arts en los Estados Unidos. Los problemas que tuvimos no fueron de conocimiento, fueron de idioma, de falta de comunicación. No podíamos expresar bien las ideas en inglés y eso es muy frustrante; porque usted entiende lo que le están preguntando, pero no puede expresar de manera adecuada la respuesta. Yo tomé quince créditos, cinco materias de a tres créditos; nueve eran en inglés, y eran para hablar y escribir en ese idioma. La verdad es que me trataron muy bien. Solamente como a los ocho meses, me pusieron a hacer una exposición en inglés; yo la hice sobre la geología de la Sierra Nevada de Santa Marta.»
El Servicio Geológico Nacional
Regresó a Colombia en 1967 y se vinculó con el Servicio Geológico Nacional – SGNC (hoy Servicio Geológico Colombiano). El Inventario Minero fue una institución que funcionó paralelamente al SGNC; las dos entidades acometieron un plan de cartografía geológica sistemática de las principales regiones del país. «En esa época, el Servicio Geológico pagaba más que las petroleras; eso es importante que lo diga. Llegué a trabajar a Medellín, en lo que se llamó la Zona B (departamentos de Antioquia y Caldas) y el jefe mío era el geólogo norteamericano Thomas Feininger. No solamente él, sino todo el grupo de colegas antioqueños que laboró conmigo, eran excelentes profesionales. Y, sobre todo, algo que les admiré mucho es que eran muy trabajadores y nunca se intimidaban ante las dificultades. Hay que recordar que nosotros empezamos a cartografiar desde la Serranía de San Lucas, que hoy en día es una zona respetable.»
Uno de los mayores obstáculos era la carencia de mapas. «En ocasiones, donde no había bases geográficas adecuadas, se usaban unos mapas muy esquemáticos, que no sé de dónde eran; solamente tenían los ríos y algunos pueblos. Hubo una misión, creo que francesa, que produjo unas planchas a colores a escala 1:25.000, de ciertos sectores del país, que eran muy buenas.» Otro inconveniente era la información geológica básica; muchas regiones de Colombia jamás habían sido cartografiadas y otras no contaban con mapas a escalas mayores de 1:200.000.
«El reto era que teníamos que hacer planchas a escala 1:100.000, pero cartografiábamos a escala 1:25.000 para minimizar errores; eso no quiere decir que los mapas sean perfectos, dada la velocidad a la cual se hicieron. La metodología que usamos fue la de explorar las quebradas, y luego hacer aquello que los paisas llamaban “la pierna de filo”; que consistía en ascender el terreno que existe entre dos quebradas ya exploradas, y usar la meteorización como indicio cartográfico. Por ejemplo, las cuarcitas generaban un suelo muy silíceo, entonces usábamos eso para correlacionar quebrada por quebrada. Pero a pesar del enorme esfuerzo, hay errores.»
Compulsión geológica y tectónica de placas
En 1970 se trasladó a Ibagué, como Director Regional de la oficina de INGEOMINAS (entonces Instituto Nacional de Investigaciones Geológico-Mineras, hoy Servicio Geológico Colombiano), que funcionaba en esa ciudad. Trabajaba febrilmente haciendo cartografía geológica y exploración minera en la Cordillera Central; supervisaba las labores de ocho geólogos. «Con mis colegas Jairo Vesga y Humberto González, podía quedarme hasta las 2:00 de la mañana estudiando secciones delgadas. Todo era nuevo, los únicos trabajos geológicos disponibles eran los de Grosse y el Dr. Gerardo Botero en Antioquia, y una sección geológica de H. W. Nelson. Entonces, para nosotros, era un reto intelectual el de hacer, de la mejor manera posible, algo totalmente desconocido en Colombia.»
Darío Barrero Lozano en INGEOMINAS (hoy Servicio Geológico Colombiano). Agosto de 2010.
Pero las cosas estaban cambiando. «Hablando de mística, esta se perdió —según dicen algunos colegas— en los años 70 del siglo pasado. Entonces hubo generaciones de geólogos que se burlaban del esfuerzo de nosotros, diciendo que la geología heroica se debía acabar, que eso no tenía sentido. Y hubo un error enorme, que todavía no se ha corregido totalmente: se generó en el gremio local un desprecio por la cartografía geológica. El resultado es que, hoy en día, en áreas estratégicas para el país, no existen los mapas adecuados.»
Además, la Geología experimentaba la gran revolución del conocimiento que marcó la tectónica de placas. «Fue impresionante, para mí fue un golpe intelectual durísimo. Me educaron en la tectónica verticalista; leí mucho al geólogo holandés Lamoraal Ulbo de Sitter y al geólogoå ruso Vladimir Beloúsov. En el trabajo que publiqué en el INGEOMINAS, sobre la Cordillera Central, soy completamente verticalista (3). Lo fascinante de eso fue cuando empezaron a estudiar los fondos oceánicos, y se empezó a hablar de la deriva de los continentes.»
Colorado School of Mines
En agosto de 1974 asistió al Simposio Internacional sobre Ofiolitas, organizado en Medellín. Conoció al geólogo estadounidense Robert G. Coleman, que fungió como conferencista magistral en el evento; se fue de excursión, con el célebre investigador norteamericano y con el Profesor Jorge Julián Restrepo, a discutir la obducción de la Cordillera Occidental. «Después de hacer el Master of Arts en Indiana, quedé con muchas ansias de dos cosas: una, de aprender inglés; y otra, de aprender más geología, porque Estados Unidos estaba muy adelantado, al menos en tecnología. Yo veía a los doctores de Indiana escribir cosas que me fascinaban y me decía: “yo tengo que hacerlo.” Entonces escogí tres buenas universidades: dos eran demasiado costosas y exigían que yo tuviera un nivel de inglés superior, que no poseía; mientras que la Colorado School of Mines, además de ser una excelente facultad de geología, era menos estricta con el idioma.»
La tectónica de placas no estaba perfeccionada; eran los comienzos y Darío Barrero decidió seguir por esa ruta. «¡Me interesó muchísimo! Hay que recordar que, en los Estados Unidos y en la Universidad de Colorado, un buen número de profesores no creía en la tectónica de placas. Incluso, algunos colegas candidatos a doctorado, me decían: “tenga mucho cuidado con lo que va a proponer, porque le pueden negar el título.” Pero tuve un orientador que era muy comprensivo y me motivó a trabajar la temática.»
Las condiciones económicas en las que hizo sus estudios en el exterior siempre fueron adversas; pero no importaba, era uno de los pioneros de la geología colombiana y mantenía el entusiasmo por la profesión. El trabajo de campo para realizar su disertación de doctorado, tampoco lo llevó a cabo en las mejores circunstancias. «Usé mapas del DANE en los que dibujaba los ríos usando la brújula Brunton. No tenía la cartografía básica adecuada, ni fotografías aéreas, ni imágenes de satélite, ni GPS.»
Regreso a Colombia
1977 fue un año crucial en la carrera del Doctor Barrero. «Cuando volví al país, después de finalizar el doctorado, fui mal recibido en INGEOMINAS (hoy Servicio Geológico Colombiano). El director que había en esa época —un abogado—, me trató despectivamente; me dijo que Colombia no necesitaba investigadores, ni doctores en Geología; que él con mucho gusto me daba una oficina en el Laboratorio Químico Nacional, para que allá me sentara a pensar. Además, fui extremadamente criticado; de forma muy severa, yo diría que casi inhumana, por algunos colegas que no creían en la tectónica de placas. Pero, por otro lado, la satisfacción era muy grande; por primera vez yo, un geólogo de la Escuela de Bogotá, dictaba una conferencia en el Salón Rojo del Hotel Tequendama, ante muchos petroleros de Colombia. Fueron casi todos los gerentes de exploración; el tema les interesaba y era novedoso para ellos.»
Aun adoraba la entidad donde fungía como funcionario. «En INGEOMINAS fui lo que deseaba ser desde la universidad. Yo me formé geólogo allá, lo demás es un proceso que viene como cuando uno crece y aprende a hablar. Allá aprendí a expresarme en términos geológicos.» Pero decidió no aceptar la exclusión laboral. Recordaba la historia de lo que le pasó a un profesor, a quien quería mucho. Él le contó que, en el Ministerio de Minas no lo despidieron, sino que lo pusieron en una oficina pequeña y le dijeron: “haga lo que quiera.”
En parte fueron coincidencias, porque a finales de los años 70 del siglo pasado ocurrió el primer boom petrolero en Colombia. En parte cosas del destino: el haber sido mal recibido en INGEOMINAS y en la comunidad geológica local. «Yo había leído El Príncipe de Nicolás Maquiavelo y entonces decidí renunciar.» Fue un cambio radical, el que implicó dejar de ser un geólogo estudioso, conocedor de rocas ígneas y metamórficas, para convertirse en un profesional del petróleo. «El choque fue bastante fuerte. Tuve que estudiar demasiado, para ponerme a la par con la “jerga petrolera”, que es totalmente diferente.»
Matrícula profesional del Dr. Darío Barrero Lozano.
Ingresó a INTERCOL en 1977. Recordaba a diario, lo que le dijo su orientador de estudios de doctorado, antes de recibir el título: “usted tiene ahora la tarjeta de crédito y la licencia para mejorar su vida.” Inició una carrera exitosa en la industria petrolera, plagada de satisfacciones personales: en 1998 la Placa O. C. Wheeler, condecoración máxima otorgada por la Asociación Colombiana de Geólogos y Geofísicos del Petróleo (ACGGP), a la vida y obra profesional; en 2005 el Premio Jesús A. Bueno, a la mejor conferencia anual de la ACGGP; y en 2009 la Distinción Fundadores, concedida por la Sociedad Colombiana de Geología (SCG), para enaltecer y reconocer los méritos, el ejemplo y la trayectoria de un Geólogo colombiano. No es muy extensa la lista de publicaciones del Doctor Barrero. «Mi profesor Julivert decía que no había necesidad de publicar mucho; mejor poco, pero que valiera la pena». Entre sus trabajos, los que considera más importantes son los siguientes:
– El artículo sobre la Cordillera Central publicado por INGEOMINAS en el Boletín Geológico (3). «Allí se describe por primera vez la Falla de Romeral; la denominación de la estructura la tomé de los trabajos de Grosse en Antioquia, que entonces la llamó “sobreescurrimiento de Romeral”. En ese documento se postula la falla, como límite entre corteza continental y corteza oceánica.»
– La disertación de doctorado para la Colorado School of Mines, impresa también por INGEOMINAS (ahora Servicio Geológico Colombiano), como una publicación geológica especial (4). «Este trabajo introdujo, por primera vez, el concepto de la tectónica de placas en la Geología colombiana.»
– El primer Mapa Metalogénico de Colombia (5), que fue muy reconocido, incluso en los Estados Unidos. Ganó el Premio Ricardo Lleras Codazzi, que concede la Asociación de Geólogos egresados de la Universidad Nacional (AGUNAL). «La subcomisión del Mapa Metalogénico de América del Sur estableció los minerales a enfatizar y las convenciones, pero yo planteé la base geológica. Trabajaba en la sede regional de INGEOMINAS en Ibagué, conseguía información en las regionales mineras del Ministerio de Minas por todo el país, y a veces visitaba algunas explotaciones mineras.»
– Y finalmente, en el medio petrolero, la publicación sobre las cuencas, que se hizo hace unos años con la Agencia Nacional de Hidrocarburos (ANH), y apareció con el título de Colombian Sedimentary Basins: nomenclature, boundaries and petroleum geology, a new proposal.
Para los geólogos jóvenes
Hasta el día de hoy, sigue aportando a la formación de geólogos jóvenes; a veces con recursos propios. «Los profesores de mi época me inculcaron mucho, que es tan importante publicar como comunicar ideas, y hacer que la gente piense en geología. En la Universidad Nacional hice muchas temporadas de agotadoras horas de clase. Dicté Geología Regional y Geología Estructural, cuando era funcionario de la industria petrolera; y lo hice con mucho cariño. Tengo la tendencia de tratar de ayudar a la gente en lo que pueda; creo que enseñar es la mejor manera de contribuir al desarrollo del país.
»Hoy en día veo que las personas, con quienes tuve más contacto como profesor, están ocupando posiciones y se han desarrollado como profesionales. Recuerdo alumnos insignes como Rubén Darío Llinás Rivera, gran docente de nuestra alma mater; Iván Fajardo Machado (q.e.p.d.), distinguido colega de la industria petrolera; Luis Eduardo Jaramillo Cortés y Alberto Lobo-Guerrero Uscátegui, que fueron directores generales de INGEOMINAS (hoy Servicio Geológico Colombiano); y Orlando Navas Camacho (q.e.p.d.), que presidió la Sociedad Colombiana de Geología y el Consejo Profesional de Geología.
»El primer consejo que yo le daría, a los estudiantes y a los recién egresados, es que fortalezcan sus conocimientos básicos de la profesión: haciendo geología de campo, tratando de leer lo que las rocas les dicen. Para llegar a ser un geólogo es necesario hacer mapas, y hacerlos primero en el terreno. Yo les recomendaría que gastaran los cinco primeros años de su carrera profesional —si gastan más, mejor—, dedicándose a la Cartografía Geológica, a la Estratigrafía, a la Sedimentología y a la Geología Estructural; interpretando las rocas en el campo. Después pueden ir a las estaciones de trabajo y hacer simulaciones, modelos 4D o lo que quieran. Creo que la Geología se ha desplazado, en un gran porcentaje, hacia el mundo virtual; y se ha olvidado del mundo real. No hay nada malo en eso, pero se debe hacer una combinación de las dos cosas, para que las representaciones sean más reales.
»Anthony Hallam, el autor del libro Grandes Controversias Geológicas, divide a los geocientíficos en tres grupos: los que generan las ideas nuevas e incitan al avance de la ciencia; los que en lugar de desarrollarlas buscan, a veces con insidia, derrotar la idea; y un grupo que es medio risible, que en inglés se denominaría como snake charmers o “encantadores de serpientes”. Lo que yo les propongo, a los estudiantes y a los geólogos recién egresados, es que nunca entren en las dos últimas categorías; sino que dediquen parte de su vida a generar alguna idea que implique, el avance del conocimiento geológico: ese es el segundo consejo que les daría. Lo otro importante es aprender inglés y mandarín. Y con todo respeto para la generación actual: que hagan la geología de Colombia y no esperen que la hagan quienes no conocen el país.»
Geología y pandemia
«La pandemia modificó, de manera radical, a la humanidad. Aceleró el concepto de Cambio Climático, que es usado políticamente, en forma asquerosa. La Geología debe migrar hacia estudios relacionados, de manera más directa, con la sociedad; al igual que la Medicina, debe volverse preventiva. La civilización contemporánea tiende a eliminar los combustibles fósiles y la minería; dentro de treinta o cincuenta años la industria petrolera dejará de ser rentable, y la minería va a ser muy controlada. Hay que dejar de pensar tanto en lo extractivo, los materiales para construcción se están acabando y son muy contaminantes.
»La Geología y las geociencias deben concentrarse en servir a la sociedad; en estudiar lo que es vital para la gente: provisión de agua, vientos, amenazas volcánicas, inundaciones, deslizamientos, sismos. Se deben hacer mapas geológicos muy precisos, de las áreas por donde cruzan las grandes carreteras, y donde están asentadas las ciudades. Hay que estudiar con más detalle el Cuaternario, la corteza terrestre y el manto superior; es necesario establecer, con exactitud, el origen del subsuelo donde se han erigido los centros poblados.
»Después de la pandemia, los geólogos debemos tener una mente abierta al cambio. La educación debe adaptarse a la evolución del mundo contemporáneo. La Geomorfología está ausente de los programas académicos actuales; su conocimiento será crucial a medida que avanza el cambio climático y la construcción de obras subterráneas; la nueva Geología Estructural está muy ligada con esta disciplina. Las universidades deben hacer énfasis en los conceptos básicos de la Geología, deben ser más flexibles en sus programas académicos. De un año a otro, tienen que estar en capacidad para introducir asignaturas acordes con el avance y necesidades de la sociedad.»
Presente, futuro y sensibilidad social
¿Y el presente?: «ahora me dedico al hogar y a estudiar dos o tres conceptos geológicos, para escribir un artículo antes de retirarme, de manera definitiva. La vida se me va entre mi familia, la mascota y los quehaceres domésticos.» ¿Y el futuro?: «no tengo planes para el futuro; que la cotidianidad sea apacible. Quiero seguir cuidando mi salud, vivir sin prisa y alejado del mundanal ruido.»
La Geología le hizo ver la vida con alegría, le enseñó la libertad de pensamiento y le modeló, para siempre, la sensibilidad social. «Estaba haciendo una plancha escala 1:25.000 del Mapa de Payandé y el Valle de San Juan en el Tolima. Aún era estudiante de Geología en la Universidad Nacional. Me encontraba, a las 5:30 de la tarde, en la confluencia de la Quebrada El Cobre y el Rio Luisa. En esa época yo trabajaba solo en el campo, no había dinero para pagarle a un auxiliar. Cargaba un morral lleno de enlatados y muestras de roca. Pasaba las noches en las fincas o en las casas de campo donde me daban albergue. Había una choza cerca de la quebrada y me fui hasta allí, a pedir posada. »
Era una familia con cuatro hijos; uno de ellos era enfermito, el mayor, de unos diez años. La choza tenía dos habitaciones: una donde dormían los padres y otra donde dormían los niños. El papá me dijo: “usted tiene que quedarse con ellos y debe acomodarse en el suelo” (el piso era de tierra). Luego, me invitaron a comer; la cena era yuca blanca, solamente cocida, sin ningún aliño ni nada. Y eso comimos todos: los cuatro hijos, el matrimonio y yo. Cuando vi esto, entendí que toda la familia sufría de desnutrición. Saqué las provisiones que tenía en el morral, repartí todos mis enlatados. Fue impresionante ver la cara de alegría de los niños; comiendo algo que, aunque era extraño para ellos, les generaba una felicidad enorme.»
Reencuentro con mi amigo y colega Darío Barrero Lozano (izquierda), en la calle 109 del norte de Bogotá. Julio de 2022.
LECTURA ADICIONAL
1.Julivert, M., Barrero, D. y Navas G., J. (1964). Geología de la Mesa de Los Santos. Boletín de Geología Universidad Industrial de Santander, No. 18, págs. 5-11, con mapa escala 1:50.000. Bucaramanga (Colombia).
2. Téllez, N. (1964). Geología de la Mesa de Barichara. Boletín de Geología Universidad Industrial de Santander, No. 18, págs. 12-21, con mapa escala 1:50.000. Bucaramanga (Colombia).
3. Barrero, D., Álvarez A., J. y Kassem, T. (1969). Actividad ígnea y tectónica en la Cordillera Central durante el Meso-Cenozoico. Informe No. 1552. Boletín Geológico INGEOMINAS, Vol. XVII, No. 1-3, págs. 145-173. Bogotá (Colombia).
4. Barrero-Lozano, D. (1979). Geology of the Central Western Cordillera, West of Buga and Roldanillo, Colombia.
Publicaciones Geológicas Especiales del INGEOMINAS, No. 4, págs. 1-75. Bogotá (Colombia).
5. Barrero Lozano, D., con la colaboración de Kassem B., T. (1976). Mapa Metalogénico de Colombia escala 1:5’000.000. Bogotá (Colombia).